21 de agosto de 2011
0:02 am …escucho música
Escucho la música de siempre. Alguna nueva. Por fin he podido sentarme desde que llegué. Aunque no se ha terminado, al menos tengo un par de horas para mí y para vosotros. Estoy cansada. Muerta de sueño.
Echo de menos engancharos a la vida… eh! Ale. A mi me engancha enganchar. Sin ser drogo soy dependiente. Dependiente del empujón, del ánimo, de la emoción, del júbilo, del aupa!…Y ha vuelto…Aquí está, de nuevo está, esa gran bola de fuego que me inquieta, que me mueve, me empuja y revive a la vez. Has vuelto. Culpable o no, la música ha surtido su efecto. Ve, camina, sigue,…me dice al oído. Esta vez, me enseña el modo de caminar, aviva mi ansia y centra mi destino.
A decir verdad ha sido más que la música. En parte se debe a que, en por ahora en pequeña medida, me he reencontrado. Mis luchas internas se han visto aplacadas por la luz del valor, del futuro y del descubrimiento de lo supuesto. Un futuro que no quiero pasar entre las rejas de la comodidad, del así ha sido siempre o los convencionalismos. Y temo haber reencontrado tan sólo las raíces del árbol que soy. A veces quiero pensar en qué sentiré o pasará cuando llegue a la cima más alta, a la punta más punta de mi cualquier hoja…y al mismo tiempo quiero dejarlo para descubrirlo por el camino, un camino que he decido consciente quiero sea lento y consciente.
Quizás algunos estéis pensando en que, bueno, es lo que pasa cuando se es o se quiere ser rarita. He tenido la suerte de encontrarme últimamente con gente rara y curiosa a la vez, diferente y valiente, gente que ha perdido cosas, momentos, sensaciones,… tomando decisiones que primaban otras cosas, otros momentos, otras decisiones,…gente extraña y cotidiana, curiosa y normal,…Y les he dejado «entrar». Creo que eso me hace, si cabe (por aquello de tranquilizar a los antes mencionados) más normal. He podido ver cómo no hay nada en el mundo que pueda llegar a ser sentido que alguien no haya sentido ya. Nada tan grave que no se pueda resolver o aplacar. Nada que se pueda vivir que no haya sido vivido con anterioridad. Nada que perder que no haya sido perdido antes. Y sin embargo, me doy cuenta de que hay mucho que ganar. Y en muchos casos batallas que no se han ganado aún. La batalla al sin razón, al porque sí, al porque siempre se ha hecho así, al por los grandes gastos, al no puedo, al no me atrevo, al que pasará, la miedo, al tengo hijos, al me muero.
Hecha la prueba os aseguro que no pasa nada, que nadie se muere, que se puede vivir con menos y que no necesariamente se vive mejor con más. Ahora bien, se vive mejor si haces lo que quieres hacer. Usando aquí «querer» como lo que el corazón y tu ser te manda, no como lo te dé la gana ser, hacer, querer. Es curioso que el verbo «to be» tenga en español dos acepciones, una para estar y otra para ser. Y no las tenga «to want». Porque no es lo mismo como quiero (o el corazón me manda) que porque quiero (o me da la gana).
Nunca pensé que podría estar haciendo lo que estoy haciendo aunque siempre lo que querido y peleado. Bueno sí lo pensé. No había encontrado la forma. Ahora, sin la certeza (tan sólo la creencia) de que éste sea el único, el correcto, he subido a un tren que me lleva a algo mejor, a algo que me hace sentir mejor, a una parada que no tiene marcha atrás más que para visitar, y que en el plano de su recorrido dibuja más paradas de otras formas y colores.
Y lo mejor, no es para tanto. Ni los límites son tan grandes ni los monstruos tan malvados. En tu propia película diseñas tus monstruos y te los cargas cuando te viene en gana, cuando te asalta la necesidad, cuando no queda más remedio o cuando por fin reúnes al ejército del valor. Y construyes otros muros a los que tú solo, sin necesidad de más soldados, eres capaz de derribar. Aniquilado el primero, coser y cantar.
En mi opinión son dos las grandes guerras que nos toca si queremos cultivarnos para mejorar. Una parar. La otra volver a tus orígenes, ir al pueblo, hablar con tu padre o madre, preguntar cómo y por qué si no lo has hecho ya. Ambos te devuelven a lo que en verdad eres y no lo que te han enseñado a ser o lo que ya te has creído que eres. Así que yo mañana me voy al pueblo. A recordar los cerezos, subida, los manzanos, subida, los higos, subida,…las castañas, las patatas, …los caminos, las malas y las buenas hierbas, a oler el pasado, a dejarlo entrar en vena…a la iglesia donde está mi madre, si no a qué? …a caminar, a mantener conversaciones que me tocan aunque no entienda, que me corresponden y forman parte de la piel que soy, a saludar, a escuchar » moito te pareces á túa nai» o «por qué non viñeches antes?»…Me empaparé de un jugo que exprimido será alimento de un alma que reencontrada construye su propia película.
Como muchos estaréis también en el pueblo, respirad pasado, nos traerá futuro.
Feliz domingo
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Pingback: Construyendo mi película, con sus buenos y con sus malos | Vigo al minuto - 19/09/2011