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«God is wonderful»

5 de agosto de 2011.

Viernes 10:37 pm. Hora de irse a la cama. Día agotador y reconfortante.

Esto cada día se me hace más familiar. Más cómodo. Más hermano. Algunos dicen que me dejo llevar por la falsa seguridad del recién llegado. La carretera a Robertsfield parece más corta y el camino a la escuela más llevadero. Cuando llueve me parece que es más fácil identificar los baches para poder evitarlos. Después de una semana lloviendo me parece más fácil hacerlo cuando la carretera está seca.

Hoy he tenido una regresión al pasado. Algunos ya lo sabéis. Para otros será completamente nuevo. Me crié en un pequeño pueblo de Orense donde mis padres tenían una granja. A decir verdad no era exactamente una granja, era un cortello, como lo llaman allí, lo que significa que básicamente vivíamos de la agricultura. Unos cuentos animales, tierras para trabajar y un modesto sueldo que mi padre obtenía trabajando como peón para algunas constructoras de carreteras. Eso era lo que teníamos. Eso es de dónde vengo.

Es curioso mirar atrás y reconocer en las cosas que te pasan ahora algunas que has vivido ya. En mi caso en el pueblo. Ese del que os hablaba.

Hoy he recordado momentos que hacía tiempo no recordaba. Cargar, recoger heno, cortar remolacha, ayudar a ordeñar, las noches con mi abuela y con mi madre, charlando, las noches que mi padre pasaba fuera de casa haciendo guardias. Había que trabajar fuera de la manera que fuera porque vender leche y algún que otro conejo no daba para todo lo que se necesitaba en casa y estudiar a la niña. La niña era yo. Soy yo. Aunque ahora ya no soy tan niña. Cumpliré 38 años este mismo, como dice mi abuela «se Dios me deixa chegar». Y la niña estudió y llegó lo lejos que pudo o que supo. De no haber sido por mis padres no hubiera podido llegar.

Hablando de Dios, hoy cuando recogí a EJ no llovía. Comenzó a llover a la altura de Marshall junction y unas millas más allá de repente paró. Íbamos en silencio. EJ y yo nos llevamos bien. Me gusta esta mujer. Es seria. Es razonable. Es lista. Respetuosa. En el coche hablamos lo justo. Ambas disfrutamos del viaje. Yo conduciendo. Ella viendo el paisaje que seguro ha visto infinidad de veces y que seguro (pienso yo cuando la miro) le traerá también los recuerdos de su infancia, antes de la guerra y otros mucho más dolorosos, durante y después de la guerra.

Inmediatamente después de entrar en área de no lluvia se rompió ese silencio y ella dijo: «Thanks God. It has sttoped raining. God is wonderful. God is big». No hizo falta decir nada. Mantuvimos nuestro compartido silencio. Las ventanillas bajadas y el viento, revolviendo mi pelo y suavizando su cara. Esbocé una sonrisa. Tuve dos sensaciones al mismo tiempo. La primera, la más rápida. La inmediata. La tristeza que produce la ignorancia identificada. Dios es capaz hasta de explicar los fenómenos meteorológicos!!, pensé sarcástica, claro. De no haber estudiado meteorología estaría rompiendo nuestro silencio para darle la razón?. Y la segunda, un poco más lenta pero la más duradera, el respeto por aquellos que creen y por la paz que ello les brinda, creas o no tú también.

Hay un parte del camino a la escuela que siempre pienso en fotografiar. Luego en grabar porque me parece que inmortalizar el momento desmerece lo que siento cuando llego. Me parece que si la grabo podría agarrarla y guardarla. Al final ni lo estampo ni lo grabo. Reduzco la velocidad, a veces mucho, casi hasta no oir el ruído del coche, y disfruto. Disfruto de una planicie verde. Muy verde. Cada día que pasa más verde claro. Las lluvias ablandan los colores. No se oye nada. Nada. Hay una ligera brisa y al fondo a ambos lados de la carretera un mundo espeso de palmeras y trópico. Hay también un viejo edificio. Derruido aunque completamente integrado. La maleza ha hecho que uno piense que sin él el paisaje seguro, no sería el mismo. Esta parte del camino me cuenta cada día para ir y cada día para volver que me quiero quedar. Que necesito de su paz, de su tranquilidad. Y que la agradezco.

Sin prisa pero sin pausa. Piano piano. Más vale tarde que nunca. Despacito y buena letra. Seguro que se os ocurren algunas más. O muchas más. Las tenemos a golpe de verborrea. De lápiz y papel. De página. A golpe de llamada, café y charla con esa persona a la que llamas para darle vueltas a la vida. A la misma vida que ayer para hacer mejor la de mañana. Aún así seguimos corriendo. Me alegro tanto de haber parado, de haber dicho basta, de haber echado el freno que cada vez que cruzo lo que a partir de ahora llamaré mi trocito de carretera lo recuerdo, y lo aprieto contra mi alma para no olvidarme nunca de que un día decidí no correr. Y pararme a mirar. Y a disfrutar. A tocar. A sentir. A reir. A sonreir. A pensar sabiendo que pienso. A mirar. A observar. A dejarme tocar, por el viento,…

Hoy me tocó (en el otro sentido del verbo) trabajar y duro. Cargué agua. El diesel para el generador. 30 galones de fuel que nos durarán una semana. Me ayudaban Otto, Ray (he descubierto que Red es Ray aunque en fin…les voy comprendiendo) y Jeremy. «We´ll do it» «I also can» «you like to work». Esa es la verdad. Me gusta trabajar y sentir que soy útil. Y sobre todo sentir que soy uno más para cargar, para comer, para caminar, para limpiar, para la colada y para cobrar a fin de mes que por cierto nos toca mañana. No es fin de mes pero es cuando toca. Limpié una nevera mientras las 3 mujeres que hoy están en la escuela observaban tan concienzuda tarea, «la próxima es vuestra» y comí, como todos, cada uno en su puesto de trabajo (seguridad en la garita, Sata en la cocina,…), yo con los niños.

Arroz y cangrejos. Spacy. La comida en Liberia es muy picante. Imagino que para disimular el sabor del pescado o carne que no han estado en neveras como las nuestras sino en ollas separadas del resto de cosas, aunque en el suelo o en cualquier rincón donde se sepa que ahí están. Los cangrejos los venden los niños del poblado. Los cogen en el río. Yo no me los comí. Ellos se los comen caparazón incluido. No me preguntéis cómo lo hacen pero entra todo y no sale nada. Poquito a poquito, mordisco a mordisco todo desaparece del plato y de la mano.

Después de comer me senté con los niños. Hoy 5. Alvin empieza también a tener síntomas de malaria mientras Melville se recupera ya de los suyos. Tendrán que pasar todavía una o dos semanas más hasta que se encuentre del todo bien aunque al menos ya sonríe. Me gusta. Con cuidado. Despacio. Se me acercan y me dan la mano. Me la cogen y se llaman. Observan mis venas. Las recorren con sus minúsculos dedos negros. Que se ven más que las suyas, se dicen.. Y les digo que son las mismas. Que por ellas corre la sangre que nos mantiene vivos a todos. Y que no importa el color de tu piel. Que todos necesitamos de esa sangre y de esas venas para estar vivos y para poder jugar, reir, comer, trabajar, hablar, compartir,…e incluso soñar.

Les gusta jugar con las manos. Una sobre otra. Otra sobre ésta y ésta sobre la primera. Y a mi me gusta su piel. Oscura y suave. Igual de frágil. Igual de hermosa.

El único documento gráfico que tengo hoy duerme conmigo. En mi cabeza. Haré switch off en cuanto le de a publicar y tras haber conseguido al final deshacerme de una araña del tamaño de una mano que quería dormir esta noche a cubierto. Que vuestro sábado sea para recordar. Gracias por leerme.

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